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Armas

Las armas de juguete y su influencia en el desarrollo del niño

Brindar seguridad y felicidad

Autor: Vanzetti Oscar Enrique

Fecha publicación: 23/05/2006

"Es notorio, sin embargo, que la niñez propiamente dicha ocupa el lugar más fijo después del nacer y antes de la adolescencia. Es la edad más concreta dentro del transcurso preparatorio y premonitorio del hombre; pero, de inmediato inmersa en "la constelación de la familia" y en "el inconsciente colectivo", alonga pronto su dimensión rebasando seudopódicamente el término de los años que la encuadran y la estructura morfo-anímica en que asienta. Avanza sobre las edades sucesivas penetrándolas, como la savia, desde su reducto bravísimo, la infancia impregna y nutre todos los años que la continúan, diluyéndose en ellos sin extinguirse, lo mismo en sanos que en enfermos. Es como la antero hipófisis de nuestra plasticidad integral: presencia indudable, en mucho ignorada".

Prof. Dr. Jorge Orgaz
"Infancia y vocación", Córdoba 1953

Hace ya mucho tiempo, cuando ejercía como médico de niños, atendiendo desde recién nacidos hasta adolescentes, la problemática de que los niños jugaran utilizando objetos con forma de armas de fuego no era tema de la trascendencia que algunos le atribuyen en la actualidad.

Que adulto no reconoce al evocar su niñez la importancia que el jugar tenía en esa época dorada del transcurrir por la vida, todavía insondable y lejano misterio que no provocaba preocupación alguna. La recordamos con nostalgia cada vez que vemos jugar a nuestros hijos, o a los ajenos, porque jugar nos dejó en el subconsciente o inconsciente un grato e imperecedero recuerdo.

Con el tiempo, a medida que se aleja nuestra niñez o mejor dicho que nos adentramos en la ingrávida vejez, también vemos y participamos en el juego de nuestros nietos. Esto nos da la ingenua ilusión de volver a repetir los antiguos juegos casi olvidados, pero ya irrepetibles, porque en esta época que algunos llaman "post modernidad", la televisión, los juguetes "asombrosos" y las películas llenas de efectos especiales le ofrecen al niño un "mundo" mágicamente preformado donde parece quedar poco lugar para la imaginación.

En muchas oportunidades he escuchado y leído lo inconveniente y reprochable que es para algunas personas que un adulto (padre, madre, tío, etc.) provea al infante de un juguete con forma de arma, lo que algunos llaman "juguetes bélicos", pues convencidos están que será ello motivo de desvío insanable de su desarrollo psicosocial que luego lo convertirá en un adulto adicto a la violencia y con una incorregible patología conductual antisocial.

Creo sinceramente que ello es una aseveración totalmente equívoca y que desdice la propia realidad que involucra a cientos de miles de adultos que pasaron muchas horas felices jugando con esos "juguetes bélicos", y que hoy viven entre nosotros en total armonía y tranquilidad.

El niño puede distinguir muy bien entre el mundo real que lo circunda y sus juegos, pero toma muy en serio ese mundo mágico y fantástico que "fabrica" o crea al jugar, porque en él ha depositado afectos muy importantes con los cuales posee una profunda ligazón.

En efecto, muchos sentimientos y emociones penosas pueden convertirse, mágicamente, en fuente de placer, al poder expresarlas en un ámbito donde se siente protegido y en el que nada malo puede ocurrirle.

En el acto del jugar también se manifiesta el deseo de ser adulto. Jugando a ser "grande" imita lo que conoce de la vida de éstos. Es ello un beneficio agregado inherente al propio acto lúdico, que le permite al niño imitar; y así al imitar va aprendiendo, asumiendo roles y tomando actitudes que incorpora anclándolas en su vida psíquica.

El niño cuando juega utiliza elementos que le brinda la realidad, y al jugar se sumerge y aísla en un mundo que le es personalísimo, que si bien no es la realidad verdadera le produce un fuerte placer e inmenso bienestar.

Si Shakespeare decía que en el inmenso escenario del mundo todos los hombres, mujeres y niños son meros actores, deberá ser el escenario de los niños el crisol poblado de las más abigarradas y singulares lucubraciones de la imaginación que alegran al espíritu y al cuerpo del candoroso ser.

Jugar sirve, sin duda, para aprender a vivir en equilibrio con el yo, con el prójimo y adaptarse a la crudeza del mundo externo.

A través de la evolución del juego, como también del lenguaje, la música y la pintura, siempre que lo haga en un ambiente de amor y tranquilidad (el hogar es el lugar más indicado), el niño va desarrollando armoniosamente su capacidad intelectual, psico-social y emocional que le permitirá integrarse al mundo como un adulto normal, feliz y equilibrado. Según el Prof. E. Bonnet, con un criterio médico legal dice que "el hombre normal no puede ser incluido en una fórmula rígida, existen elementos morfológicos, psicológicos y jurídicos que permiten establecer una noción definida de valor médico legal, en general, y pericial, en particular ".

El crecimiento y desarrollo de un niño atraviesa diversas etapas en su devenir, todas igualmente importantes pero finalmente su autonomía y comportamiento para enfrentar la vida como ser adulto, expresado en carácter conducta y personalidad, dependerá del contexto socio económico y cultural de cada familia, donde poseen gran relevancia la calidad y variedad de los estímulos y respuestas recibidas (agradables o psico-traumáticas) que lo ayudarán a convertirlo en un hombre social, como también deberán considerarse las singulares características hereditarias recibidas.

Jugar es una etapa trascendente en la vida del niño y para ello requieren de diversos tipos de juguetes. La imaginación, siempre fecunda y rica, los transformará en los objetos más diversos, para nosotros sorprendentes.

Investigaciones realizadas en numerosos países, como también las realizadas por la UNESCO no pudieron llegar a determinar ningún tipo de relación recíproca entre el uso de los llamados " juguetes bélicos" y la conducta delictiva de niños y adolescentes. Sí esto se pudo establecer relacionado con la violencia familiar que posee muchas"caras", con el abuso, el maltrato y la temprana separación parental.

El rechazo a los tipos de juguetes mencionados puede tener orígenes diversos: aversión a las armas de fuego por parte de uno o ambos padres que transformados en conflictos interpersonales se transmiten al hijo; o bien una prejuiciosa conducta pacifista que puede presentarse con variada características.

¿Qué sentido tiene negar al niño estos juguetes?. Si bien no debería hacerse un uso casi exclusivo de los mismos, es sabido que de un lápiz él puede imaginar un puñal, de una regla un fusil o una pistola, y un largo etcétera. Prohibir al niño usar estos "juguetes bélicos" le imposibilitaría canalizar la natural agresividad que todo ser humano posee, incluidos los niños por supuesto. Impedir culturizar esa agresión natural, al entorpecerla o bloquearla por formas diversas, le está impidiendo al niño que, cuando adulto, sepa usarla racionalmente para su defensa personal en casos de peligrosas situaciones que puede ofrecerle el mundo exterior.

También le impediría saber que no debe ser usada para atacar violentamente al prójimo en triviales situaciones ríspidas que la vida normal le presentará, más de una vez, en su cotidiana relación con otros seres humanos.

¿Y para qué escribo estas simples líneas? No para salvaguardar a los fabricantes de los mentados juguetes, ni para defender a los legítimos usuarios y poseedores de armas de fuego que de suyo lo hacen, sino para proteger al niño; porque como adultos tenemos la obligación moral y legal de darles protección y brindarles felicidad, entre otros bienes.

(Debo confesar, con candidez, que hoy todavía añoro el sable de lata "como el de San Martín", que mis queridos padres nunca me compraron).

Vanzetti Oscar Enrique

Médico Legista

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